sábado, 14 de mayo de 2011

EL ANONIMATO DE LOS TONTOS



Ante el hecho bochornoso de personas inescrupulosas que excretan perversión, que padecen de enanismo interpretativo, de complejos insuperables y de escasez intelectual; que creyéndose amparadas en el anonimato se dan a la tarea de vomitar toda clase (sin clase) de insultos en las redes sociales contra quienes pensamos distinto, he decidido pergeñar esta nota, no en forma anónima, obviamente, pues damos la cara y la conciencia,  no hacemos comparsas ni tenemos alcancías en los corazones ni tarifas en la dignidad.

Sus discursos, por llamarlo de algún modo, constituyen solo engañosos e insultantes mensajes panfletarios, repletos de frases hechas, manidos recursos lingüísticos, eso sí, siempre los tontos anónimos intentan copiar, a cabalidad y sin reparos, a los líderes de las manadas.

Por la actitud de estos borregos, solo sentimos la conveniencia de señalar categóricamente, que en regímenes democráticos, es deber como servidor público  informar sobre la veracidad de los hechos que se denuncian o de aquellos sobre los cuales se tiene noticias. Incluso, es deber de todo ciudadano o administrado denunciar cualquier delito.

Muchas son las ofensas, y casi siempre falseados  e inexactos los datos o informaciones que se mencionan en esos espacios, incluso en pasquines que hacen circular en oficinas públicas o privadas, fuera de las redes sociales.

Pareciera que el poseso no tiene interés alguno en aclarar los infames señalamientos allí contenidos, bien porque  se trata de eso, de escritos apócrifos, que como es sabido,  en ellos se ocultan los cobardes y lo ruines que no son capaces de afrontar una denuncia por carecer de base, y solo obedecen a fines inconfesables.  O sencillamente, se trata de grupetes de sapitos comunicacionales que croan y croan y croan, y luego pasan por taquilla a retirar la tarifa y tomarse la foto.

Es de cobardes el artificio del  anónimo, nada serio. Quienes lo usan se envilecen y es propio de los que no tienen razón, de aquéllos que solo persiguen mancillar la honorabilidad de las personas, que niegan alevosamente la posibilidad de rectificación, si fuere necesario, de corregir errores, si se cometieren o de subsanar omisiones.

Sé de muchas personas que se abstienen de emitir opiniones, pues temen caer en las “redes” de estos alacranes que, supuestamente haciendo  uso ilimitado del derecho de usuarios, desde el más absoluto anonimato profieren insultos y venenos contra quienes se atreven a escribir, a musitar una palabra o trinar un tuit, en el caso de la red social conocida como twitter.

A la práctica sistemática del gobierno de ir cercenando la libertad de expresión, lo que se evidencia de cierres de espacios (Tv y emisoras de radio), supresión de publicidad, ataques a la empresa privada, persecución y acoso a los periodistas, sospechosa adquisición de medios, y un largo etcétera, se suma esta práctica macabra, cobarde y odiosa de los tontos anónimos que agreden, insultan amenazan, y en fin, contribuyen o inducen en cierto modo a que se imponga algo que es más grave que la censura: La autocensura.

No hay forma mejor de zanjar las diferencias que el diálogo, la discusión prolífera, el debate de las ideas; pero quizá ello no sea entendido por la claque que se cree dominante, protegida y avalada por el poder. Por tal razón soy capaz de comprender a quienes dejan de escribir, bien en diarios de opinión o en las redes sociales, porque la verdad sea dicha, los tontos y cobardes anónimos llevan ventaja.

Es bueno que los sapitos comunicacionales y aduladores sepan, que en el C.I.C.P.C funciona una dependencia encargada de  analizar, investigar y hacerle seguimiento a estos hechos bochornosos y constitutivos de delito, de modo que no se sientan tan protegidos, que la justicia es probable llegue algún día, y será entonces cuando se les acabará la manguangua de la tarifa con impunidad y tiques alimentación.

Cobardes, no hay nada que les defina mejor, cayaperos, lanzan piedras desde la turba del anónimo que les resguarda.

Quienes persistan en las reiteradas ofensas, no podrán quitarnos por lo menos el derecho a sentir vergüenza ajena.

Quédense allí, en el anonimato, tontos.

Jesús Peñalver



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