A Carolina Jaimes-Branger
Han eliminado, suprimido o trasladado el emblemático León
de Caracas, y en su puesto han impuesto una estatua de la indígena Apacuana. La
orden proviene del alcalde Érika Farías, y la obra se dice que es del artista Giovanny
Gardelliano mide siete metros y pesa mil doscientos kilos. No se sabe cuánto
costó, pero “Caracas suena” a monedas.
Uno de los temas
que había rondado la psiquis de quien escribe es el de los cambios de nombre de
disímiles lugares, desde parques y plazas, hasta avenidas, autopistas,
urbanizaciones, aún más, de centros de salud donde, en teoría, se presta el
servicio de protección a la salud como contenido esencial del derecho a la vida.
De igual modo, la
supresión o eliminación de los emblemas, símbolos e iconos que integran la
memoria histórica del país. No faltan las decapitaciones, traslados y hasta
arrojos a la basura de estatuas, efigies, bustos y similares; en fin, toda
clase de monumentos que no satisfaga las ansias del ch… abismo de torcer la
historia.
Ha dicho bien el
periodista y escritor Diego Arroyo: “Se
empeñan en la sustitución de símbolos con el objetivo de alterar la memoria e
instaurar un relato artificial. Es tan burdo que cabe preguntarse si es posible
que alguien se coma el cuento. Cuando cayó la URSS San Petersburgo dejó de
llamarse Leningrado y retomó su nombre”.
Apacuana no tiene
la culpa. Responsable es el tozudo
régimen envilecido con su hatajo de malandros y aduladores, ignorantes de la
historia y siempre dispuestos a robar del erario. Hoy se atreven a retirar un
icono de la ciudad, lo que le da su nombre: Santiago de León de Caracas.
Es una manía que se
ha convertido en competencia a ver quién cambia más o cuánto más asombro o
escándalo causa cambiarle el nombre a alguno de estos sitios, y al propio tiempo, quién recibe más
loas del Jefe.
Le cambiaron el de
Rómulo Betancourt al Parque del Este, el de Fernando de Peñalver al de
Valencia, a la urbanización Doña Menca de Leoni, en Guarenas, pretendían trocarlo por el de 27-F, y así.
En tiempos en que se intenta borrar la historia derribando
estatuas; en que se daña murales y se descuidan
tantas obras de reconocidos artistas, y otro tanto ocurre con
edificaciones públicas, ante la mirada impávida
de los encargados de su custodia y preservación; en que se aprueban leyes que parecen dirigidas a un mayor control social; cuando
se amenaza a periodistas y a medios de
comunicación; en que pensar distinto parece delito; cuando inmisericordemente
se le inflige un castigo innecesario a la memoria de tantos héroes y buenos
ciudadanos de indiscutibles méritos; en que fueron desalojadas prestigiosas
instituciones del Teatro Teresa Carreño, incluso, se desmanteló el museo que
guardaba las cosas de nuestra eximia pianista que da nombre al teatro, en estos
tiempos vale decir algo.
Menos mal que el coso
de Los Caobos aún conserva el nombre de nuestra eximia pianista de fama universal, y con el respeto debido a Ali Primera, el
comentado cambio afortunadamente se quedó en rumor.
De un gobernador de
mi estado natal, Anzoátegui, nos llamó la
atención y así lo dijimos en su momento, que a lugares de salud como los
centros de diagnóstico integrales, les haya puesto sólo nombres de
guerrilleros: Noel Rodríguez, Chema Saher, Che Guevara, entre otros revoltosos.
Nos hizo recordar a
una poeta boliviana cuyo nombre no precisamos, que allá por los años sesenta del
pasado siglo deliraba, como el poeta, por los alzados del monte. "Quiero nadar en la mar / del semen
de un guerrillero".
El delirio sigue
chimbo y raso, porque no se puede andar
en eso mismo, habiendo tantos médicos eminentes, tantos ciudadanos
esclarecidos, se decida escoger los nombres de guerrilleros para lugares de dar
vida, cuando ellos andaban en procura de la muerte.
Nos ha tocado por
ejercicio profesional recurrir al trámite legal de Rectificación de Partidas
(de Nacimiento, defunción, matrimonio), en casos en que se ha incurrido en
error u omisión, cuyos efectos pueden
afectar derechos o intereses de particulares. Sobre esto, y muchas veces a manera de guasa, nos han preguntado acerca
de si una persona puede cambiarse el nombre, ejemplo, Juan por Jhon, Pedro por Peter,
o Bonifacio por Robert. A lo que hemos dicho
que no es así de fácil, que debe demostrarse mediante procedimiento judicial, el error u omisión
que implica afectación de derechos.
Y viene al caso, pues así como ocurre con las personas, mutatis mutandis, con relación
al cambio de nombre de los
lugares que han quedado dichos, debe tenerse mucho cuidado, sindéresis, tino político y sobre todo,
respeto por la historia, por la memoria colectiva, por el sentido de arraigo y de reconocimiento de las
comunidades y su entorno. Como afirma nuestro querido Profesor Moisés
Hirsch “por el derecho a ser recordado”.
Aracataca, donde
nació García Márquez, se negó a dejarse cambiar el nombre, referéndum mediante,
para pasar a llamarse Macondo.
Fíjense, amables
lectores, hasta para lo que sirve la consulta popular. Y Guarenas, aquí mismo, asomó
en su momento su descontento por la intención de arrebatarle el nombre a una de
sus más populosas urbanizaciones.
Tratar alegremente
el tema, olvidando que las personas pasan y las instituciones quedan, es a
todas luces un acto de cicatería.
Jesús Peñalver