martes, 11 de diciembre de 2018

DE NOMBRES Y DE ESTATUAS

A Carolina Jaimes-Branger

Han eliminado, suprimido o trasladado el emblemático León de Caracas, y en su puesto han impuesto una estatua de la indígena Apacuana. La orden proviene del alcalde Érika Farías, y la obra se dice que es del artista Giovanny Gardelliano mide siete metros y pesa mil doscientos kilos. No se sabe cuánto costó, pero “Caracas suena” a monedas.

Uno de los temas que había rondado la psiquis de quien escribe es el de los cambios de nombre de disímiles lugares, desde parques y plazas, hasta avenidas, autopistas, urbanizaciones, aún más, de centros de salud donde, en teoría, se presta el servicio de protección a la salud como contenido  esencial del derecho a la vida.

De igual modo, la supresión o eliminación de los emblemas, símbolos e iconos que integran la memoria histórica del país. No faltan las decapitaciones, traslados y hasta arrojos a la basura de estatuas, efigies, bustos y similares; en fin, toda clase de monumentos que no satisfaga las ansias del ch… abismo de torcer la historia.

Ha dicho bien el periodista y escritor Diego Arroyo: “Se empeñan en la sustitución de símbolos con el objetivo de alterar la memoria e instaurar un relato artificial. Es tan burdo que cabe preguntarse si es posible que alguien se coma el cuento. Cuando cayó la URSS San Petersburgo dejó de llamarse Leningrado y retomó su nombre”.

Apacuana no tiene la culpa. Responsable es el  tozudo régimen envilecido con su hatajo de malandros y aduladores, ignorantes de la historia y siempre dispuestos a robar del erario. Hoy se atreven a retirar un icono de la ciudad, lo que le da su nombre: Santiago de León de Caracas.

Es una manía que se ha convertido en  competencia a ver  quién cambia más o cuánto más asombro o escándalo  causa  cambiarle el nombre a alguno de estos  sitios, y al propio tiempo, quién recibe más loas del Jefe.
Le cambiaron el de Rómulo Betancourt al Parque del Este, el de Fernando de Peñalver al de Valencia, a la urbanización Doña Menca de Leoni, en Guarenas,  pretendían trocarlo por el de 27-F, y así.

En tiempos en que se intenta borrar la historia derribando estatuas;  en que se daña murales y se descuidan tantas obras  de  reconocidos artistas, y otro tanto ocurre con edificaciones públicas, ante la mirada impávida  de los encargados de su custodia y preservación;  en que se aprueban  leyes que parecen  dirigidas a un mayor control social; cuando se  amenaza a periodistas y a medios de comunicación; en que pensar distinto parece delito; cuando inmisericordemente se le inflige un castigo innecesario a la memoria de tantos héroes y buenos ciudadanos de indiscutibles méritos; en que fueron desalojadas prestigiosas instituciones del Teatro Teresa Carreño, incluso, se desmanteló el museo que guardaba las cosas de nuestra eximia pianista que da nombre al teatro, en estos tiempos vale decir algo.

Menos mal que el coso de Los Caobos aún conserva el nombre de nuestra eximia  pianista de fama universal,  y con el respeto debido a Ali Primera, el comentado cambio   afortunadamente se quedó en  rumor.

De un gobernador de mi estado natal, Anzoátegui,  nos llamó la atención y así lo dijimos en su momento, que a lugares de salud como los centros de diagnóstico integrales, les haya puesto sólo nombres de guerrilleros: Noel Rodríguez, Chema Saher, Che Guevara, entre otros revoltosos.

Nos hizo recordar a una poeta boliviana cuyo nombre no precisamos, que allá por los años sesenta del pasado siglo deliraba, como el poeta, por los alzados del monte. "Quiero nadar en la mar / del semen de un guerrillero".

El delirio sigue chimbo y raso, porque no se  puede andar en eso mismo, habiendo tantos médicos eminentes, tantos ciudadanos esclarecidos, se decida escoger los nombres de guerrilleros para lugares de dar vida, cuando ellos andaban en procura de la muerte.

Nos ha tocado por ejercicio profesional recurrir al trámite legal de Rectificación de Partidas (de Nacimiento, defunción, matrimonio), en casos en que se ha incurrido en error u omisión, cuyos efectos  pueden afectar derechos o intereses de particulares. Sobre esto,  y muchas  veces a manera de guasa, nos han preguntado acerca de si una persona puede cambiarse el nombre, ejemplo, Juan por Jhon, Pedro por Peter, o Bonifacio por Robert.  A lo que hemos dicho que no es así de fácil, que debe demostrarse mediante  procedimiento judicial, el error u omisión que implica afectación de derechos.  

Y viene al caso,  pues así como ocurre con  las personas, mutatis mutandis, con relación  al cambio de nombre de los  lugares que han quedado dichos, debe tenerse mucho cuidado,  sindéresis, tino político y sobre todo, respeto por la historia, por la memoria colectiva, por el  sentido de arraigo y de reconocimiento de las comunidades y  su entorno.  Como afirma nuestro querido Profesor Moisés Hirsch “por el derecho a ser recordado”. 

Aracataca, donde nació García Márquez, se negó a dejarse cambiar el nombre, referéndum mediante, para pasar a llamarse Macondo.

Fíjense, amables lectores, hasta para lo que sirve la consulta popular. Y Guarenas, aquí mismo, asomó en su momento su descontento por la intención de arrebatarle el nombre a una de sus más populosas urbanizaciones.

Tratar alegremente el tema, olvidando que las personas pasan y las instituciones quedan, es a todas luces un acto de cicatería.

Jesús Peñalver 




sábado, 13 de octubre de 2018

Lorent Saleh, el desterrado

Lorent Saleh estuvo preso, gracias a un "nobel" de la paz, aunque de conformidad con el artículo 35 de la Constitución de Colombia, “no se concederá la extradición de extranjeros por delitos políticos o de opinión.”

Muchas fueron las declaraciones y opiniones disímiles sobre tal despropósito de Juan Manuel Santos –sin devoción-, lo cierto es que el inocente joven venezolano fue deportado o expulsado desde Colombia hacia Venezuela, su país de origen, sin que mediara una declaración oficial convincente del gobierno del vecino país, con suficiente asidero jurídico que justificara tal decisión.

Al joven se le  negó un juicio justo que le permitiera ejercer su derecho a la defensa, esgrimir sus argumentos conforme al ordenamiento jurídico vigente (o lo que queda de él) y gozar de las garantías procesales propias del estado de derecho. Por el contrario, el diferimiento de la audiencia preliminar por más de  50 veces, su encarcelamiento en una mazmorra del ch …abismo por algo más de cuatro años, y para más INRI,  tantas veces sufrido aislamiento dentro del reclusorio, son hechos que hablan por sí solos sobre la podredumbre en que la peste chavista ha convertido la administración de justicia en Venezuela.

Salvo mejor criterio, el gobierno de Colombia, ergo, Juan Manuel Santos, debió explicar entonces la medida adoptada en contra del joven venezolano, Lorent Saleh, cuya conducta en el ámbito político es evidentemente contraria al gobierno venezolano.

Ab initio hemos citado la Carta Magna colombiana, porque la deportación del joven Saleh tendría implicaciones internacionales contra Colombia y Venezuela, porque el Estado colombiano habría violado su propia Constitución y la Convención Americana sobre Derechos Humanos.

Hasta ayer nada había ocurrido en tal sentido, solo que el afectado permanecía tras las rejas de una injusta prisión. Advierto, dije hasta ayer, cuando se produjo su excarcelación. No fue liberado porque no recibió libertad, ni condicional ni mucho menos plena. Fue excarcelado, es decir, lo sacan de la cárcel o mazmorra y lo echan del país.  Eso es destierro ostracismo o extrañamiento, pena consistente en la expulsión del territorio nacional, lo cual está prohibido por el artículo 50 constitucional.

Hasta ayer y por desdicha, el joven sufrió los embates de una prisión injusta y solo el amor de su madre lo mantenía en pie de lucha. Nunca hubo descanso en la defensa de su hijo. 

Veamos: La Convención Americana Sobre Derechos Humanos (Pacto de San José) señala al referirse al Derecho de Circulación y de Residencia, artículo, numeral 6. “El extranjero que se halle legalmente en el territorio de un Estado parte en la presente Convención sólo podrá ser expulsado de él en cumplimiento de una decisión adoptada conforme a la ley”.

Y luego, en el numeral 8 de la misma norma, indica que “En ningún caso el extranjero puede ser expulsado o devuelto a otro país, sea o no de origen, donde su derecho a la vida o a la libertad personal está en riesgo de violación a causa de raza, nacionalidad, religión, condición social o de sus opiniones políticas”.

Si el afectado por la aludida medida se hallaba en Colombia legalmente, no cometió ningún delito ni violentó –al parecer- ninguna norma del ordenamiento jurídico colombiano; siendo que su vida o su libertad personal está en riesgo de violación, conforme se ha dicho, resulta lógico pensar que la decisión del “premio nobel de la paz” se adoptó con prescindencia del orden jurídico que rige la materia, tanto en territorio colombiano, como en el llamado concierto de naciones que suscribió el Pacto de San José.

A esto se agrega que no había (no hay) solicitud alguna de extradición que involucre a Lorent Saleh. Y de existir tal orden, no habría lugar ni procedía su entrega a la policía política venezolana, ni a ninguna similar de otro país.

Colombia, insistimos, el gobierno del “nobel de la paz, mejor dicho, ha debido explicar conforme con la legislación pertinente, su decisión como Estado soberano de deportar al joven venezolano, so pena de incurrir en responsabilidad internacional por la violación de los derechos de los afectados. Queda el compromiso del colombiano con la historia.


¿Tiene Colombia derecho de deportar a quienes incumplen las leyes de migración?
Sí, desde luego, como cualquier otro Estado soberano, pero ello debe hacerse en concordancia con la legislación interna y la externa que rige –en este caso- a los Estados signatarios de la Convención referida o Pacto de San José.

¿Por qué la entrega al SEBIN, policía política de Venezuela?
No lo sabemos a ciencia cierta, pero si el joven Lorent Saleh y los otros afectados por la deportación se refugiaron allí, en Colombia, por temer por sus vidas o su integridad y libertad personal; por la amenaza de ser detenidos sin justa causa, llama la atención la actitud de las autoridades colombiana, habida cuenta que no tenían, ninguno de ellos, orden de aprehensión internacional, ni mediaba ningún proceso en curso.

Historia sobre deportaciones o entregas similares.

Hemos revisado con detenimiento sobre el asunto, y al parecer nunca en la historia, Colombia había entregado opositores venezolanos a las dictaduras que los persiguieran. Por el contrario, leíamos a la doctora Maruja Tarre Briceño, conocedora de la materia internacional, quien se refería a un familiar suyo, muy cercano, quien vivió en Colombia durante la dictadura gomecista.

Así lo expuso en la red social Twitter: “Mi abuelo, Joaquín Briceño Maldonado, perseguido por Gómez vivió en Barranquilla. Venezolanos activísimos en política (Manifiesto Barranquilla)”

En todo caso, dentro de su fuero como Estado soberano y los principios de autonomía y autodeterminación, pero sobre todo y como queda dicho, Colombia ha debido cumplir normas de derecho interno y externo a la hora de adoptar una medida como la que se comenta.

Intentando hilar fino, quizá hubiera sido plausible si Colombia hubiera deportado a los jóvenes a un país neutral, es decir, si “molestaba” su presencia en el país o supuestamente habrían infringido el derecho interno, lo cual no está demostrado, a pesar de la expulsión ello hubiera sido razonable, de menor impacto, y desde luego, se les hubiera garantizado sus derechos plenamente.

En relación con la supuesta violación de leyes de migración, vigentes en Colombia, aun así, no constaba en ningún acto administrativo ni judicial que sustente, de allí que tal argumentación carezca de justificación.

De existir, los afectados tendrían la posibilidad de ejercer los recursos y acciones que le permitieran hacer uso del sagrado derecho a la defensa.

Estas notas son, grosso modo, aristas de un tema que merece la discusión y el análisis más profundos.

Dejando a salvo mejor opinión, para este escribidor el procedimiento adoptado por las autoridades colombianas fue violatorio de convenios internacionales, como la Convención Interamericana de los Derechos Humanos, de la Constitución de Colombia y de las propias leyes migratorias colombianas.

¿Conocía Juan Manuel Santos las condiciones infrahumanas en que Lorent Saleh se hallaba en una mazmorra chavista?

¿Conocía de su aislamiento, de su estado de salud y de los esfuerzos de su abnegada madre por ver a su hijo en libertad?

Yo creo que al expresidente de Colombia habría que darle otro premio: el de la indignidad, la injusticia y la maldad supremas.

En el entendido que Venezuela ha sido generosa a la hora de recibir inmigrantes y a perseguidos políticos; aunque Colombia siga siendo nuestro vecino, por cierto, es muy difícil que se mude, ojalá esto tenga una nota aclaratoria para bien o para mal. Por dicha, el joven ayer fue excarcelado, aunque extrañado de su patria y más qie demostrada su inocencia.

Porque la verdad sea dicha, el regreso a Venezuela de Lorent Saleh, hace 4 años, fue –y es- una circunstancia dolorosa, sospechosa e indeseada, máxime si en nuestro país aún manda un régimen no precisamente aventajado en el respeto, la protección y defensa de los DD. HH. Y nadie quiere ni desea en modo alguno, ser echado a la jaula de los leones.


Ya en España, ojalá pronto, de repente, quizá, se junten las orillas del mapa, desaparezca el Atlántico y ya solo haya cercanía entre el hijo y su madre.

Jesús Peñalver

sábado, 25 de agosto de 2018

El neopaso de Los Andes

Vemos el neopaso de Los Andes, con imágenes desgarradoras, muy tristes, de suyas dolorosas, y caemos en cuenta de que se trata de otra infame consecuencia de haber elegido a aquel desquiciado milico golpista, resentido y delirante, el mismo que dejó -recomendó- a nicolast maduro.
Es preciso no haber nacido en un país, padecer de un resentimiento muy arraigado o ser bien despreciable para odiar a su gente, y no conmoverse ante las imágenes que nos muestran a nuestros connacionales deambulando por la América del Sur. Bueno, los que logran cruzar la frontera, esos caminantes en cuyos vemos como llevan un país triste a cuesta. Otra pérdida.
¿Huyen de la crisis, acaso, de la sed, del hambre, de la falta de medicamentos, de la delincuencia que anda por sus fueros? Quizá. Quienes creen en eso, lo respeto. Pero personalmente pienso que huyen de la barbarie que está aposentada en Miraflores, de sus ideas explosivas, de sus planes –y pranes- diabólicos. De su macabro objetivo de hundirnos aún más en el abismo.
Cruzan y vencen todo tipo de escollos, porque les resulta inaguantable el régimen oprobioso que hoy desgobierna en Venezuela, en todas sus formas y presentaciones. Huyen del régimen chavista que hoy encarna ese sujeto de origen ignoto, cuya acta de nacimiento la obtuvo en Dos Pilitas.
Familias acabadas, sueños rotos, las peores condiciones de existencia, el pesimismo haciendo de las suyas y las palabras moda retumbando en nuestra conciencia: huida, despedidas, insilio, diáspora, pasajes, cobijo, alimentos, mudanza y tantas más apostilladas en nuestra alma y en nuestro arrobado corazón. A veces quedarse es ir muy lejos.

Reviso y pregunto, y no hallo una situación similar en nuestra historia. No encuentro a venezolanos en el pasado cargando consigo la triste y angustiante condición de paria; la humillación de ser echados de su propio país en el que no pueden lograr un mínimo de condiciones básicas para vivir. Deambular el terrible verbo.
Hace casi veinte tortuosos años, el delirante milico golpista de lo propuso y en desdichada medida lo ha logrado: hacer de Venezuela un invivible e insufrible lugar al norte de la América del Sur, en plena zona tórrida, de donde salen diariamente tantos venezolanos en busca de un horizonte cada día más inalcanzable, dadas las restricciones y trabas burocráticas de países –que en uso de su soberanía- procuran poner coto a la inmigración desatada.
Aunque reconozcamos que injusticas que deben ser abolida y que hay que combatir un régimen plagado de abusos y desaciertos, creados por el lucro, el afán del poder omnímodo y el placer enfermizo de robarse y disfrutar de lo ajeno, nunca la revolución armada puede ser solución definitiva de la sociedad.
Eso preconizaba el milico barinés golpista, aquel delirante con sentimientos dizque bolivarianos y con ínfulas de grandeza que no eran más que evidencias de su cretinismo y mediocridad.
No podemos constituirnos en poder no previstos en la Ley para consumar hechos de violencia. Con los actos violentos todos pagan justos por pecadores, se instauran nuevas dictaduras y las venganzas y los odios hacen que el remedio resulte peor que el quebranto. No hablamos de quimeras, sino de realidades. La historia es maestra de la vida y la América Latina está llena de estos ejemplos.
La actual, la nuestra, es una historia de verdadera tragedia y dolor. Pero saldremos de ella. Porque los países no se acaban ni se mudan. La Venezuela decente tiene rato diciéndole no a la loca persistencia esa que pretende borrar la civilidad para imponer el militarismo.
Esta Venezuela entiende que es imposible imponer la imagen de un caudillo sobre la idea de democracia y de régimen de libertades públicas. Y que el ch …abismo nunca será un recuerdo provechoso del pasado, pero sí un letrero vigilante del porvenir.


Jesús Peñalver 

viernes, 27 de abril de 2018

A propósito de "Los Hombros de América"


“No sé si me olvidarás
o si es amor este miedo,
yo solo sé que te vas,
yo solo sé que me quedo”.
Andrés Eloy Blanco

Revisando los libros, actas constitutivas y estatutos sociales de la Fundación de Los Artista por la Vida, institución civil y privada de nobles propósitos y sin afán de lucro, caigo en cuenta que Fausto Verdial aparece entre sus miembros fundadores, porque igual en eso el escritor, actor y dramaturgo hizo cosas buenas en Venezuela, su otro país que tomó propio y nos honró con ello.

Nunca tendré autoridad moral para reprochar al que se va del país argumentando la grave e inocultable pesadilla que ya lleva diecinueve tortuoso años haciéndonos la vida de cuadritos, imponiendo esta inmerecida pena que hoy padecemos en Venezuela, así como tampoco al que se queda –pudiendo o no irse- con la convicción de poder hacer algo desde este suelo.

Llamar cobarde al que se va, o pendejo al que se queda, no es solo simple cicatería o sencillez de criterio, es una barbaridad deleznable, una injusta apreciación del contenido y la significación de tamaña decisión; es además, una evidente señal de enanismo intelectual, propio del que ve todo en un cuadrito y no precisamente de los tantos que componen la obra del maestro Carlos Cruz-Diez que se exhibe en un pasillo del aeropuerto de Maiquetía.

Se trata de defender el derecho de los que quieren irse, y desde luego –como se ha dicho- de los que deciden quedarse. Porque eso es la libertad, albedrío, en eso consiste el arbitrio de cada quien en ejercicio de las libertades públicas, a pesar del desgobierno que se empeña en coartarlo a cada rato, sin miramientos y teniendo en mala hora entre sus garras, todo el andamiaje del poder del Estado.

Por eso me preocupa que no seamos capaces de darnos cuenta del despeñadero por el que va el país, cuesta abajo en su rodada, como llora el tango. Incapaces de ponernos de acuerdo en un tema tan fundamental como este –ya no una percepción- sino un hecho triste, una terrible realidad, un desolado infierno que nos dejó aquel milico golpista, hoy en manos del gobernante que dice ser su hijo, y de su equipo ineficiente que no han podido dar hasta ahora ni una señal de rectificación.

Por el contrario, continúan las amenazas a los medios y a todo aquel que piense distinto, el populismo que da casa por mangos, regala carros en plena autopista, y el señor Maduro se ufana de ser un buen conductor de autobuses. No denuesto el oficio de chofer, no. Nos hemos referido al uso grosero y recurrente de esa práctica populista para consolidar esa otra metáfora de la pobreza que es el chavismo.

A veces o muchas lucimos polarizados en el asunto, en eso estamos,  porque a eso nos ha llevado el lenguaje incendiario del chavismo, y desde luego, hemos caído en esa trampa, en esa odiosa estrategia.

A los que hoy profesan esa tesis delirante como forma de gobierno, les ha funcionado poner a pelear a la oposición democrática venezolana; dividirla es su propósito y sobre todo en época electoral –y no me refiero a la farsa del venidero 20 de mayo, que quede claro-   cuando saben que desde hace rato ya no son mayoría, que el país necesita y clama un cambio, que Venezuela merece ser gobernada por otra gente comprometida con su futuro, empeñada en corregir errores y subsanar las omisiones en que ha incurrido esa cosa aposentada hoy en Miraflores.

Volviendo al título de esta nota, y miren que no soy crítico teatral, sin embargo ello no obsta para exaltar los méritos de la obra que ahora vuelve a montar el Grupo Actoral 80, los cuales se ven acrecentados por el excelente elenco en escena, la dirección y producción que no pierden detalle alguno, pues a ello nos tiene acostumbrados el equipo que dirige mi dilecto amigo Héctor Manrique.

Rescato el tema central de la puesta en escena: la migración en tiempos de guerra, la búsqueda de nuevos horizontes cuando en la propia tierra no se avizora ninguno, y en muchos casos –en la mayoría- la gente que osa pasar de un continente a otro con apenas lo puesto encima y alguna mochila llena de sueños, si eso es posible.

En clave de humor se nos cuenta el drama de españoles venidos a esta Tierra de Gracia, y luego de ocurrida la caída del tirano de allá (España), pensaron en la posibilidad de volver. Ese mismo de encuentra similitud con la hora aciaga que hoy vivimos.

No cuento más porque lo necesario y conveniente es que vayan y disfruten, las risas están aseguradas y quizá una lágrima llueva de vuestros ojos.

Esa misma situación dilemática que nos ha llevado a no entender que para ser libres, expresar o decidir con albedrío nuestra vida personal, familiar o social, debemos respetar al otro, no solo en la participación en los asuntos públicos, sino también y necesariamente, aceptarnos en nuestra privacidad y defenderla.

Debemos echar a un lado, desestimar cualquier intento de presión, no aceptarla de nadie que pretenda imponernos algo que no queramos, o aquello con lo que no estemos de acuerdo. Ningún hombre puede ser dueño de otro, decía Epicteto.

Por cierto, es probable que mis hijos se vayan, mis ojos lluevan y deba prepararme para el regreso. A veces quedarse es ir muy lejos.

Castigos innecesarios: atacar al que se va, criticar al que se queda.

Jesús Peñalver