lunes, 20 de junio de 2011

ELOCUENTE Y SINIESTRO ESLOGAN




Ya hace bastante tiempo, muy a nuestro pesar, entendimos el carácter conciso y elocuente de la consigna “patria, socialismo  o muerte”, recientemente trocado en “patria, socialista o muerte; pero que al fin y al cabo es lo mismo. Es esa terca manía de cambiarlo todo para que todo siga igual o peor.

¿Saben cuántos crímenes se cometieron en el pasado fin de semana? ¿Cuántos en el próximo? Ojala que menos, o ninguno, pues el hampa bien armada y desalmada, mejor que los propios cuerpos de policiales, está haciendo lo que le da la gana; basta acercarse a cualquier morgue de cualquier ciudad venezolana, aunque no se tenga acceso a la información oficial, para percibir el inocultable  olor a crimen y el tufo de la impunidad.

Solo me falta ahora comprender “patria  y socialismo”, o como dije, “patria socialista” (la chapuza en la nomenclatura y en sus efectos perversos no varía). Me ayudó a razonar sobre esa tercera parte del postulado oficialista (o propaganda política), los lamentables hechos ocurridos en las cárceles venezolanas, el sicariato denunciado en el estado Bolívar, el drama recién descubierto en el estado Barinas, signado por la ola de secuestros, desapariciones forzosas y muertes (la ley nos obliga a calificarlo, por ahora, de presunto), y un largo etcétera que requiere de un espacio mayor.

No hay dudas, cada vez  son más las víctimas que sufren la acción del hampa, quienes son atracados, agredidos y hasta asesinados. Son pocas las familias que pueden decir que no conocen un caso cercano a ellos. Las cifras que se informan todos los fines de semanas son alarmantes, es evidente  el desbordamiento de la delincuencia,  está en el ambiente un tufo a impunidad –se reitera- y se observa la evidente superioridad de los grupos delictivos sobre los cuerpos policiales, pues aquéllos actúan mejor armados.

Venezuela pareciera marchar hacia una sociedad de viudas y huérfanos. Una sociedad de deudos. No sería descabellado constituir una ONG: Asociación de deudos de los muertos de la violencia, que reclame legítimamente una acción efectiva y contundente del gobierno, para que se atreva a declararle de una vez por todas,  la firme y decidida guerra al hampa.

La sociedad venezolana vive hoy, y es,   víctima del hampa impune,  en una verdadera guerra asimétrica. Los ciudadanos estamos en evidente desventaja, sin esbirros ni vehículos blindados,  frente a la delincuencia desatada que no tiene miramiento a la hora de escoger y ejecutar a sus víctimas. Hampa armada y desalmada, hemos dicho.

Hoy la colectividad demanda la seguridad para sus integrantes y sus bienes, ello comporta  la legítima  aspiración para la protección de sus derechos, para evitar la comisión de delitos, para la investigación de lo ocurrido y para la sanción de los culpables. ¿Por qué  acostumbrarse a convivir con la violencia?
Digamos no al conformismo y a la resignación. No debe ser nuestra  la costumbre de esperar cada inicio  de semana para enterarnos de los informes policiales o periodísticos, suerte de partes de guerra.
Los medios de comunicación al servicio del Estado, que no del  gobierno, deberían  reseñar los nefastos hechos que involucran la acción despiadada del hampa, el drama en las cárceles, el maltrato policial, y otros hecho de parecida naturaleza.

Que todo esto desaparezca o disminuya notablemente de la noche a la mañana lucirá platónico, iluso, soñador... Pero, aún así, hay mucha gente en el mundo (y en Venezuela, desde luego)    que quiere y lucha por salir de la barbarie, y el gobierno tiene la responsabilidad de imponer el orden con políticas efectivas, no efectistas, y aplicar un serio y coordinado  plan de seguridad y de desarme, y no solo una Policía Nacional con uniforme nuevo, pero de viejas prácticas abusivas y aberrantes.
Se trata de garantizar el derecho a la vida, que es el único que nos permite ejercer  los otros derechos, porque patria en revoltillo con socialismo no puede ser sinónimo de muerte.
La inseguridad, la violencia, la impunidad, y ¿por qué no decirlo?, también el clima de intolerancia política, ponen al descubierto una realidad llena de angustia y dolor que hoy vive nuestro país; pretender negarla es igual a darle la espalda al pueblo que la padece.

Acaso la geografía, de pronto, se nos hizo una prisión abierta, un paisaje de cuchillos.

Jesús Peñalver


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