jueves, 15 de abril de 2010

VIOLENCIA CONTRA LA MUJER

A propósito de las agresiones propinadas por un púgil venezolano a su costilla, creyendo que ésta es pera de boxeo y su casa centro de entrenamiento, nos parece conveniente insistir en el tema de la violencia doméstica o intrafamiliar.

Este es un fenómeno de disfunción social que existe y contra el cual deben trabajar coordinadamente los órganos de naturaleza pública y privada, y la sociedad en general, pues el mismo se produce sin distinción alguna, en sus diversas manifestaciones -todas repudiables desde luego-, que deben ser repelidas con una decidida acción de gobierno.

Reconocemos la existencia del instrumento legal respectivo y la próxima instalación y puesta en funcionamiento de los tribunales especiales en materia de violencia doméstica, contra la mujer o de género.

A pesar de los daños corporales, psicológicos y emocionales que sufren las mujeres a consecuencia de estas acciones criminales, la mayoría de las víctimas prefieren callar, debido al sentimiento de culpa que las asalta, la baja estima personal, la dependencia económica del agresor y el miedo al abandono de la pareja; sin embargo, el abominable delito que motiva estas líneas se inscribe dentro de la actividad criminal de seres despreciables, que no conformes con la comisión del delito de violación, ultraje, y sus concomitantes, infligen lesiones gravísimas a la víctima. Se trata de un problema público, cultural y social que limita el desarrollo y el progreso tanto personal como colectivo.

En Venezuela debemos romper, frenar y castigar la violencia doméstica o intrafamiliar; pero también los crímenes de violación que se han constituido en la principal causa de homicidios de mujeres. Se trata de un delito social y es el crimen encubierto más frecuente. Como una medida para contrarrestar esta abominable conducta criminal, vemos con aprobación el hecho de legislar sobre la materia a fin de castigar severamente el delito de violación.

Conforme lo ha expresado tanto la Organización Mundial de la Salud, y los estudios sociométricos más rigurosos desarrollados en ámbitos nacionales e internacionales, la violencia contra la mujer constituye un grave fenómeno social que socava los derechos humanos de una proporción alarmante de ciudadanas del mundo. Se ejerce en parejas heterosexuales por agresores prevalidos perversamente de su condición de esposos, amantes ocasionales o unidos por cualquier otro vínculo interpersonal con las mujeres contra las que ejercen violencia sostenida.
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Es también la violencia contra la mujer la causa de entre un 40 y un 70 por ciento de las muertes de mujeres por asesinato u homicidio, según la misma OMS; aquélla se ejerce por hombres independientemente de su grado de instrucción contra mujeres con estudios o sin ellos; por agresores con ingresos económicos o en condición de cesantes laborales; por victimarios que abusan del alcohol o las drogas y por hombres que no consumen tóxicos.


Se impone, entonces, la toma de conciencia de que esta grave violación de los derechos humanos tiene lugar en una importante porción doliente de la población, y hay que darle la debida importancia y reconocimiento a las distintas iniciativas de grupos organizados cuya perseverancia tienen el propósito de salir de la violencia, prevenirla o castigarla, y alcanzar la sensibilización de la población en torno a la existencia de este fenómeno en el propio corazón de las sociedades, tanto en las económicamente avanzadas como en las menos favorecidas, tanto las democráticas como las que buscan la democracia.

El presunto agresor –quien fue llevado a un psiquiátrico- en el sonado caso que origina estas letras, tiene tatuado en su pecho una bandera y una figura que se parece a un personaje de la política nacional. Sobre el particular se ha hecho toda clase de bromas y se ha desatado un sinfín de especulaciones. Al parecer el boxeador sí incurrió en lesiones a su pareja, de allí la reclusión en un sanatorio para enfermos mentales; sin embargo será el tribunal de la causa el que decida en definitiva.

Lo cierto es que a las mujeres, a ninguna, ni con el pétalo de una rosa. Concluimos con una letras de Joaquín Sabina, quien al referirse a La Magdalena señaló: " la más señora de todas las putas, la más puta de todas las señoras, que hasta el hijo de un dios, una vez que la vio se fue con ella, y nunca le cobró la magdalena”

Jesús Peñalver

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