jueves, 7 de octubre de 2010

LA VIRGINIDAD PERDIDA

LA VIRGINIDAD PERDIDA

Hace rato que el gobierno rojo rojito perdió la virginidad –entiéndase- la disposición y voluntad ofrecidas por la “revolución bonita”, “pacífica, pero armada”, para resolver los supuestos ingentes problemas y daños que heredó de la Cuarta República. Hace casi doce años que se quitó la careta o disfraz de gobierno salvador de los pobres, democrático, libertario y pulcro en el manejo de los dineros públicos.

Hoy lo vemos desnudo, sin antifaz ni capuchas, en toda su plenitud, como lo que ha sido y dudamos que cambie, para colocarse de espaldas al pueblo, tanto ése que confió y votó por él, y hoy sigue creyendo en sus promesas y al que conforma la otra parte del país, representada por algo más de 5 millones de venezolanos que se han expresado en eventos electorales; ése que no comulga con sus políticas guerreristas, persecutorias, blandengues con la corrupción, permisivas con los pillos del erario público, y regalón a los parásitos de Latinoamérica, muy al estilo del gordo de la cuña de navidad.

Si bien el chavismo ganó en 1998, lo que lo hace un gobierno con legitimidad de origen, no es menos cierto que el mismo ha caído o devenido en ilegitimidad de ejercicio, porque si los conceptos de democracia y soberanía popular están íntimamente vinculados, debemos admitir que un gobierno es legítimo por el valor que de suyo le dan los votos; pero ese mismo gobierno debe estar sometido a los controles institucionales que impone el estado de derecho y cumplir con los principios y valores que caracterizan a una verdadera democracia.

Alguien me decía que el presidente Chávez hubiera preferido llegar al poder por la acción de las armas; haber triunfado en su “gesta” del año 1992 y erigirse en presidente, jefe de estado o dictador. La verdad –le dije- no lo sé. Como diría Luís Piñerúa Ordaz: “En la dimensión de lo desconocido todo puede suceder”- Lo cierto es que ganó en las urnas, y en las urnas debe salir, mejor dicho, a través de las urnas electorales deberá dejar el poder, como todo funcionario de elección popular.

De allí que su triunfo electoral legítimo representado en el voto popular, lo sujeta al control de la actividad en el ejercicio de la función pública que le corresponde cumplir. Que los otros poderes del Estado no cumplan a cabalidad los propósitos y obligaciones constitucionales, dice mucho de la debacle institucional a que nos ha llevado el desgobiern.

El control y la rendición de cuentas son principios de ineludible cumplimiento en una democracia que se precie de estar sustentada en un estado de derecho, y tenga por norma –entre otros- el principio de la legalidad, a cuyo sometimientos deben estar sujetos todos los funcionarios públicos, y desde luego, todas las ramas del Poder Público.

Eso no debe estorbarle; por el contrario, obra de gobierno y los actos que dicte en esa función, deben estar avalados por el visto bueno de los órganos de control de dicho Poder.

En las sociedades contemporáneas -en las que el principio de legitimidad es el voto popular- no se puede hacer política, y mucho menos gobernar desconociendo ese dato. Si bien se llega al poder por la vía de los votos, no se puede gobernar sin el apoyo popular. Muy probable que el pueblo retire su respaldo a cualquier gobernante que le dé la espalda a sus aspiraciones, ruegos y necesidades.

Habría que tener en cuenta si de verdad en Venezuela, hoy día, el pueblo es protagonista de su propia historia, actor de primer orden en esta puesta en escena nacional, y el único que manda en la tierra de Bolívar, o por el contrario, es solo un tonto útil que sirve a los intereses de quienes están en el poder o simplemente se le equipara a esos adminículos desechables que se utilizan y se botan.

El gobierno perdió su virginidad, su experiencia es doceañera, ya se estrenó, de modo que no sigan con el cuento de la cuarta república, cúpulas podridas y esa sarta de pendejadas que ya fastidian.

Jesús Peñalver

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