Fui a la concentración de este #12F y luego a la marcha hasta la sede
del Ministerio Público, hoy más privado que nunca antes, en cuya cabeza está la
misma fiscala de la primera “ley sapo”, los “cadáveres muertos” y que ignora la
existencia de empresas de maletín.
No fuimos a tumbar gobiernos ni intentamos dar golpes de ningún tipo y
mucho menos portábamos armas distintas a los derechos que nos reconoce el
ordenamiento jurídico, ese día contenidos en una gorra, un par de carteles y
alguna que otra consigna libertaria voceada a puro pulmón.
La marcha fue pacífica hasta la sede convenida, es decir, durante todo
el recorrido, así lo afirmo con plena convicción y responsabilidad. De allí la
pregunta: ¿a quién convenía teñir de sangre ese evento? ¿Quién mató a los
estudiantes? ¿Por qué se hallaba allí un miembro (o más) de un colectivo?
Hay miles de testimonios de los asesinatos de los estudiantes. Y llamá
la atención y con sospechas, que no hay ninguno sobre las circunstancias de tiempo,
modo y lugar de la muerte del “tupamaro”.
Balas
nada perdidas que encuentran a la noble juventud.
Dice bien mi amigo, el historiador, “la marcha
no se realizó para derrocar al gobierno, sino para pedir la libertad de estudiantes
presos. Lo demás es embuste”.
¿Me
habré topado con ellos ese día, los habré saludado dentro de tanta cordialidad?
QEPD los caídos a manos de los llamados “Colectivos” que no son otra cosa que asociaciones
para delinquir, clanes de la muerte, grupetes hamponiles que actúan bajo la
protección del desgobierno que manda y que en ellos ve una base de sustento de
su macabro proyecto, con pretensiones de eternizarse en el poder.
No
queda duda, aunque hayan querido suprimir la muerte de aquel macabro eslogan,
el mismo sigue vigente: muerte, patria, socialismo y muerte, eso es.
¡Qué manera de la barbarie de mudarlos a la otra vida! precisamente ese
día de la juventud, cuando los jóvenes estudiantes celebraban
una jornada pacífica, legítima y en orden.
Mientras esto ocurría, en la derrota –perdón- en La Victoria se daba el
desfile cínico militar, con musiquita
paga que sonaba y se arrastraba.
Porque no falta en torno al poder de turno, jalabolas y
aduladores sempiternos, cuyas huellas
dactilares han dejado y dejarán siempre marcadas –inequívocamente- en los
cataplines de los mandones.
En las cortes de los sátrapas brillan lúgubres payasos capaces de
componer poemas y manejar palabras; jalar infinitamente y dirigir orquestas en
templetes, dando cabida a toda clase de ritmos.
Vergüenza da el servilismo de artistas e intelectuales que se
venden a la satrapía por un plato de lentejas. Ni los más torvos
déspotas ignoran cuánto puede hacer una dádiva, una canonjía para que artistas
se acerquen a sus cortes.
Al artista hay que
pagarle; pero cuando se trueca la conciencia y la dignidad por monedas, la
vergüenza es propia y ajena.
Hoy
el estado de mi cédula se hizo más civil, y con mi vida libre de procesos
criminales y de estafas al fisco, podré seguir viendo de frente a los ojos de
mis hijos.
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