viernes, 24 de septiembre de 2010

POLITICA CON SERENATA


La bandera tiene ahora ocho estrellas, y ya el país siente la diferencia entre vivir y trabajar en un sistema democrático y sobrevivir en un sistema de tendencia autocrática con marcada tendencia a irrespetar los valores supremos de la democracia.

La verdad sea dicha: para sobrevivir hay que irse adaptando a las exigencias del grupo que ordena quien ejerce el poder y rendirle culto a su personalidad ó aplaudirle sus hazañas.

Lamentable es que esta situación haya comenzando a mellar la hermosa y larga trayectoria de algunos grupos artísticos como Serenata Guayanesa y algunas de sus producciones ya chocan en momentos cuando en el país existe un inocultable clima de polarización.

Cuando acudimos a uno de sus recientes conciertos en el Teatro Teresa Carreño, porque es un grupo que admiramos desde nuestra época escolar cuando pertenecíamos al grupo de Monseñor Constantino Maradei Donato, oriundo de Ciudad Bolívar y mentor de la citada agrupación, quien ejerció su honorable obispado en nuestra Barcelona natal.

Estimo que para quienes integran Serenata Guayanesa, fue muy duro observar este choque en el recinto teatral, cuando ejecutaban sus interpretaciones con motivo de sus 35 años. En la extensa programación, por supuesto, de muy buena calidad, había una pieza denominada “La octava estrella”.

Esa canción midió, el quantum del antagonismo político que existe en el país, así como la poca preferencia de los seguidores del oficialismo por la producción popular venezolana.

En realidad eran cuatro gatos los que apludían, mientras que quien se mostraba renuente a aceptar el desaguisado, y reprochar esa actitud era la inmensa mayoría de los asistentes. En esta parte, se exhibe una bandera de siete estrellas y la sala se vino abajo en aplausos con gritería “Son siete”, “Son siete”. La mayoría entendió, que Serenata Guayanesa compartía el criterio del pabellón con siete estrellas que siempre hemos conocido y estudiado, pero estaban equivocados.

Y bien lejos, de pronto emerge un silencio absoluto cuando aparece una niña del Teatro “La pulga y el piojo” llevando entre sus manitas la octava estrella. Comienza entonces la batalla: “son siete, son ocho, son siete, son ocho”. Desde luego, ese tira y encoge enfrió el ánimo de los asistentes, al punto de no aplaudir a la “octava estrella”.

Iván Pérez Rossi, con su simpatía habitual, quiso ofrecer algunas explicaciones sobre el origen de la octava estrella destacando que se trataba de Guayana bla bla bla y que él era de Guayana, y más perorata, que además su antiguo site o página de Internet era “Octava estrella.com”, y más palabreo. Pero nada de esto convenció al público que ya había percibido, que dentro de una bella programación de música popular venezolana era introducido un manejo político inaceptable.

En otro momento del espectáculo, un grupo de niños, inocentes ellos, al terminar la canción “Fiesta de los Animales”, saludaban con sus manitas con el consabido movimiento alusivo a los 10 millones que aspiraba el rojismo gobiernero.

Bueno, así son y están las cosas. Creemos que nunca un evento de esa naturaleza puede ni debe debe ser utilizado para proselitismo o como método de medición de preferencias electorales, si fue esa la intención. O quizá se trató de una pulsión subliminal de las opiniones del público asistente.

En todo caso, Iván, que hoy toma muy agradado café ocho estrellas, sabe muy bien que el teatro siempre ha sido de todos, y bastante que la Serenata se presentó en el TTC antes de 1998.

Así que, no Serenata, ustedes no. Como a los niños que se portan mal: No lo vuelvan a hacer, porque los méritos alcanzados han sido muchos para tener que echarlos al cesto así no más.

Jesús Peñalver

No hay comentarios:

Publicar un comentario