viernes, 18 de junio de 2010

LA ADULANCIA COMO VICIO Y DEFECTO.

Se pierde la capacidad de asombro con la abundante adulancia de la que hacen gala los seguidores de la rovolución roja rojita y de su líder máximo. Ya no guardan las formas, no distinguen entre bienes propios o ajenos, privados o del Estado para prodigar loas y lisonjas a Esteban de Jesús y a su proyecto expansionista; no le paran al lugar donde se encuentren, ni el momento en que deciden adular como nunca. Ya el Teatro Teresa Carreño lo han convertido en el santuario del jalabolismo oficial por excelencia; pero puede ser una plaza, o los innumerables medios de comunicación que hoy tiene a su disposición el oficialismo.
Los mismos que insurgieron contra el gobierno democrático de 1992, supuestamente para superar la corrupción, la falla en los servicios públicos, y con una carga de nacionalismo-bolivariano a rabiar, hoy no hallan que hacer para justificar tanta ineficiencia, incapacidad e incompetencia para resolver los ingentes problemas que aquejan a Venezuela; por el contrario, se han visto incrementado por la chapuza oficial, al punto que el Jefe Supremo les ha dicho: “no tengan miedo a equivocarse, estamos ensayando”. Por su parte, los degenerados, carentes de honor y con devota sumisión, no hacen otra cosa que adular, reír, celebrar las ocurrencias, y aplaudir hasta hacerse daño en las manos.
La adulancia no es nueva; de ella han disfrutado muchos dictadores venezolanos: Los hermanos Monagas, Antonio Guzmán Blanco, Cipriano Castro, Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez. De modo que todos los que han jefaturado regímenes de oprobio e ignominia en Venezuela han tenido insectos rastreros a su lado; reptiles de la política dispuestos siempre a lamer suelas; bichitos rojos rojitos (en algunos casos con pasado verde verdecito) imbéciles y oportunistas que no dudan un instante, ni desperdician ocasión para jalar. Miserable papelito en esta obra de la escena nacional.
Jalar es término admitido por el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) como sinónimo coloquial de halar. Nosotros lo usamos con sentido peyorativo para señalar a los adulantes a quienes llamamos, limpio y pelado, jalabolas.
La adulancia ha existido en toda la historia de la humanidad siempre asociada a lo perverso.
Como señala Rafael Marrón González (El Correo del Caroní, septiembre 2008): El DRAE, que no registra adulante, define adular como “halagar a alguien servilmente para ganar su voluntad”. Pero el pueblo, de todo el planeta, le aplica al adulador una amplia gama de calificativos que conforman un género aparte del lenguaje coloquial, que había recogido el DRAE anterior: Chupamedias, jalamecate, lameculo, rastrero, lamesuelas, y el confianzudo jaleti, son algunos, pero en Venezuela preferimos jalabolas, que hasta “granja” tienen. La Granja Ladera.
Cuentan que un tal Vidaurre, intendente de Lima, se postraba en cuatro patas para que Bolívar pudiera subirse al alazán árabe que le había obsequiado la municipalidad.
Cuando José Tadeo Monagas preguntaba la hora, tenía cerca un adulante que le respondía:
- “La que usted quiera que sea mi general”
Un ministro al que Guzmán Blanco despidió a insultos gritados, en público, respondió, cuando iba saliendo en estampida del despacho presidencial:
-”Hasta en lo malcriado te pareces al Libertador”.
Guzmán, al que le gustaba que lo compararan con Bolívar, lo perdonó.
Otro le dijo al chaparrito Cipriano Castro:
-”Mi general, los hombres de verdad se miden de las cejas hacia arriba”.
Y como el “mono lúbrico” tenía la frente empatada con las espaldas, se sintió en las nubes.
De las jaladas al Comandante no hablaré, el espacio es poco; pero hablare de soslayo de un corregidor de Anzoátegui, cuyas loas enaltecen al gobernador - poeta; las mismas parecen estar dirigidas a lograr favores; se ve claramente el afán de reconocimiento; es indiscutible y denigrante ese arrebato enloquecido por demostrar quién es capaz de degradarse más.
Un insulto a quienes acreditaron su confianza en ese funcionario, cuya vergonzosa conducta de rastrera adulación lo hace acreedor de un premio, que habrá de crearse y denominarse en consulta al soberano “mesmo” que lo eligió. Para ser jalabolas hay que ser corrupto o mediocre o en caso extremo, ambas cosas.
Jesús Peñalver

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